LA MENDIGA DE AMOR
Esto formará parte
del libro que algún día publicaré, si Dios así lo quiere, y me gustaría decir a
quien lo lea –si alguien se atreve- que todo lo escrito, aún absolutamente
contradictorio entre sí, tiene un hilo conductor que es la búsqueda.
La eterna pregunta
sobre el origen, el enigma, la razón-sinrazón de la existencia.
Y así ha sido
siempre hasta hoy. Todo en mí ha sido siempre un signo de interrogación, en el
que incluyo a Dios como responsable de mi eterno desasosiego y al que culpo,
invariablemente, de la irracionalidad de la vida si a ella ha de seguirla la
muerte.
Sin embargo, hoy
me he visto vaciada de mí, en un espejo diferente, mucho menos satisfactorio
que todos los otros espejos en que he tratado de encontrar respuestas sin
hallarlas.
Muy muy delgada,
muy triste, con la profunda tristeza de los corazones rotos, mi ropa elegante y
mi postura erguida no se condecían con la imagen del espejo.
El reflejo
devolvía ropa desvaída, ajada, rasgada, la mano extendida en ademán de pedir,
tal y como lo hace el mendigo en plena calle. No se oían palabras. Pero sin
lugar a dudas se veía a las claras que no era pan, no era comida lo que
necesitaba: Necesitaba amor. Rogaba amor. Pedía amor.
Esa sensación
desconocida nunca advertida de un mendigo de amor me conmovió y avergonzó hasta
el exacto momento de la creación.
Porqué Dios me
había dado tanto amor para dar, para desparramar, para regalar, y no me había
dado la facultad de ganarlo para mí?
Repentinamente la
escena en la cual era yo única protagonista se convirtió en algo parecido a una
manifestación: Mis abuelos, mis tíos, mis padres, mis hermanos, mis amigos
estaban detrás de mí, solo visibles en la imagen del espejo, vestidos con
túnicas casi transparentes de un gris azulado. Sus caras eran idénticas pero en
todas había lágrimas. Me miraban con pena desgarradora, diciendo sin hablar, no
podemos hacer nada.
Entonces supe que
ellos habían sido mis dadores. Mientras vivieron me alimentaron a través de sus
venas, sus arterias, sus latidos. Ahora, más allá de mi paisaje nada estaba a
su alcance.
Quise secar sus
lágrimas, pero mi mano no llegaba hasta ellos.
Entonces El me
habló: Quítales el motivo.
Al principio no
entendí, luego comprendí lo que El Señor me estaba diciendo: QUITALES EL MOTIVO
DEL LLANTO. Supe que mi mano extendida rogando amor debía desaparecer.
Que los mendigos
de amor son visiones aterradoras aún para los que no están en este mundo.
El reclamo de amor
es NO ERES CAPAZ DE AMAR COMO YO SOY CAPAZ DE AMAR. Eso y juzgar es lo mismo.
Cada uno amará como pueda. Quien pueda más será afortunado.
Quien no pueda
amar todo lo que se puede amar, será un discapacitado del amor.
Sonreí a la imagen
del espejo. Elegante, muy adulta, bonita, segura. Busqué a mis seres queridos y
no estaban. El tenía razón.
Si yo estaba
entera, ellos estarían en paz. Sí. Había aprendido algo nuevo: quienes nos
trascendieron son felices con nuestra dicha y algo no quieren con absoluta
seguridad: Que la vida y nosotros mismos nos convirtamos, por puro
extrañamiento, en lastimosos Mendigos de Amor.
Marta Salandin
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR SUMAR TUS COMENTARIOS.
Tú opinión es valorada.